Logro escolar
Nos van a disculpar pero hoy nos vamos a poner escatológicos. Es necesario y, para muchos, también divertido.
Tal vez no nos hemos detenido a pensar que una de las primeras frases que escuchamos en la vida, y una de las más frecuentemente repetidas, fue “No, bebé, eso es caca”. Caca era absolutamente todo aquello que no se podía tocar: un tomacorrientes, un chocolate caído al suelo, las llaves del auto de papá, un insecto sobre la pared, el fuego de la hornilla y, claro está, la caca misma. Por si fuera poco, cualquier intento por tocar esa extensísima porción del mundo que era caca, por acceder a ella para apropiarse de ella, era correspondido con un golpe sobre el dorso de la mano: “Ya te dije que eso no, es caca”.
Crecimos (y crecen nuestros niños) en un mundo de caca. “Este país es una mierda”, “la situación es una mierda”, “estamos en manos de unos políticos de mierda”, “fulano de tal es un pedazo de mierda”, “este mundo se fue a la mierda”. Y los chiquitos, mientras los adultos decimos todo eso, nos están mirando y van percibiendo todo, especialmente eso que no queremos que hereden, copien o repitan porque están chicos y todavía no están preparados.
Los eufemismos, por su parte, también forman parte de la infancia propia y la de los nuestros. Ese pudor, no exento de gracia, que utilizan los adultos frente a los pequeños al referirse a ciertas partes del cuerpo o a sus productos corporales con nombres como: pupú, fundillito, culito, pipisito, cosita. Los niños lo saben, lo leen, lo intuyen. Hay algo allí, en todas esas cosas que se nombran por medio de diminutivos y desvíos del lenguaje, que les fascina y les causa risa. Y justamente allí adivinan la posibilidad de jugar sus primeros juegos de provocación. Es la primera rebeldía, pero también es la búsqueda de complicidad con el mundo de los mayores. “Voy a jugar con eso que es caca, porque quiero ponerlos rojos, que tartamudeen y pestañeen rápido”. Es también una manera de decir: “aunque ustedes no quieran yo también soy parte y dueño de este mundo de caca”.
Freud investigó ampliamente la manera en que los niños captan y se apoderan de los términos tabú. Esos procesos en los que “estoy entendiendo perfectamente eso que se supone que no debería saber ni entender”. No sólo, para hablar en términos freudianos, es una consecuencia de la etapa anal en la que el pequeño encuentra disfrute en controlar su esfínter antes de evacuar la tripa, sino también es consecuencia de ese acto mágico del apoderamiento del lenguaje que ocurre al imaginar al vecino como un cerdo, a la suegra de papá como una plasta de mierda (las abuelitas fecales darían para hacer un bestiario) o al señor que trabaja en la tienda como una bestia. Todo ello evoca imágenes que dan risa al tiempo que se saben prohibidas. Y por más que los adultos traten de enderezar las cargas más tarde con “eso no se dice”, “eso no lo puedes repetir”, “eso está malo”, en todas esas frases tabú el niño percibe un gusto, una pasión y una honestidad que atrae.
Los investigadores Sutton Smith y Abrams, en sus estudios de 1978, encontraron que los chistes escatológicos eran atractivos para todos los niños, pero los varones los utilizaban más que las mujeres de edades similares. Es bastante probable que, treinta años más tarde, esa estadística se haya igualado. Hombres y mujeres, grandes y chicos, practican cada vez con mayor soltura eso que los anglosajones denominan con el término Toilet Humor (Humor de baño) para referirse a los chistes llenos de excrementos, vómitos, supuraciones y fluidos corporales de toda índole.
Por su parte, G. Legman en su libro Rationale of the Dirty Joke: An Analysis of Sexual Humor, Volumen 1 (editado por Simon and Schuster Paperbacks, 1996) sostiene que muchos padres pretenden que sus niños crezcan y vivan en un bonito mundo artificial, punta roma y de colores pasteles. Sin embargo -y siendo honestos, porque todos hemos sido niños alguna vez- sabemos que la vida real de un niño no se corresponde con esa imagen. Hay en la infancia hostilidad, violencia, hay miedo, duda, angustia, frustración. De alguna manera, es cierto, el mundo siempre ha sido caca, y eso lo sabemos desde chiquitos. Es normal que el humor de los niños, como válvula de escape a ese camisón de fuerza edulcorado que les pretenden imponer, derive hacia dos territorios: los chistes escatológicos y los chistes sexuales (o más bien de lo que ellos intuyen o sospechan que es lo sexual, especialmente si está ligado a sus padres). Esto complementado con el hecho de: “El prejuicio más común entre los adultos es el que se relaciona con los temas “food-dirtyng”: mocos, caca y vómitos. Tan frecuentemente contados por los niños” (Legman, 1996: 280).
Lo escatológico, al parecer, acaba siendo un camino secreto, un atajo que se busca, descubre y transita desde la infancia para poder asomarse al mundo prohibido de los adultos. Es el grito acompañado de carcajada que dice: “Hey estoy aquí y ya lo vi todo”. Y aunque les digan boca sucia y mente sucia, o amenazas como te voy a lavar la boca con jabón por estar diciendo cochinadas, el niño buscará la manera de hacernos saber: A que sí la toco, les guste o no.
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